Pedro Infante-diario 16
La política peruana parece cada vez más un espacio donde mafias disputan el
poder con total desparpajo. Quien gana la disputa tiene, según el cargo que
ocupe, cuatro o cinco años de impunidad para acumular fortuna directamente o a
través de sus amigos.
La vía: robarle al Estado, es decir, a todos los ciudadanos peruanos. Para
ello, la mafia ganadora se valdrá de leyes o de los vericuetos que las leyes ofrecen,
complejizará las compras del Estado de manera tal que ningún honesto aguante la
maraña de procesos, reventará fuegos artificiales por doquier para que todos
estemos distraídos y comenzará a picar por donde pueda y cada vez más a medida
que va aprendiendo y los negocios van apareciendo.
El aparato público llamado a controlar los robos se hará de la vista gorda.
Voltearán la cabeza o “los más afortunados” serán invitados a participar
activamente en el asalto, en el festín.
A este paso, parece que los peruanos no elegimos presidente sino que
nuestras elecciones son para elegir al primer delincuente de la nación.
Fujimori está en la cárcel y creo no equivocarme si digo que la gran mayoría de
peruanos pensamos que sus sucesores Toledo y García deberían estar a su lado.
El descubrimiento de la monumental protección policial (¿y militar?) a un
civil (López Meneses), operador de Montesinos, coloca al presidente Humala ya
en el mismo cuadro de sospecha y candidato a acompañar también a Fujimori. ¿Tan
difícil es caminar derecho? ¿Cómo creerle que esto no tiene nada que ver con
él? Su indignación parece copiada de la de Alan cuando lanzó la frase de las
ratas.
Por otro lado, ¿qué nos ofrece el Congreso? La tarea principal de los
parlamentarios parece ser la de ser los celosos chalecos de sus jefes. ¿Tan
podrido está el sistema político peruano que la principal agenda de los
congresistas termina siendo la de librar de la cárcel a sus jefes? En el saco
están las bancadas de Fujimori, la de García, la de Toledo y la de Castañeda. Y
la de Humala ahora comienza a ser la de defender lo indefendible.
A nivel provincial y distrital parece también que en la gran mayoría de los
casos no elegimos alcaldes sino al ‘chorazo’ del barrio. Tanta ineficiencia
generalizada, tanta decisión mal tomada, tanta pendejadilla acumulada.
Lo siento por los pocos que se salvan, pero la realidad no da para pensar
otra cosa. Uno se sorprende la cantidad de veces que las mismas pistas, las
mismas plazas, los mismos parques son vueltos a asfaltar, refaccionados,
remodelados cada año. ¿Torpeza o negociado? ¿Falta de imaginación o robo
programado? ¿Nadie puede hacer las cosas perdurables?
Mientras tanto no nos queda otra que replegarnos en nuestras casas.
Escondernos nuevamente. Nos pueden robar o matar en cualquier lado y ya nos lo
han hecho sentir; nadie está libre.
No hay policía porque no hay quien la dirija. No hay seguridad porque a las
pandillas de delincuentes no les interesa ocuparse de ella.
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