En las últimas semanas el gobierno ha empezado a aceptar lo indiscutible: que es muy probable que la economía peruana se vea severamente afectada por los ajustes de la economía de Estados Unidos; en particular por el incremento de la tasa de interés por la FED. Si a esto le añadimos la baja del precio de los metales generado por la desaceleración de la economía China, no se avizora en el horizonte peruano nada bueno para la economía. Nuestros especialistas en la materia, están recomendando aplicar una serie de medidas para lograr permanecer en la senda del crecimiento.
A continuación publicamos el interesante artículo de Luis Felipe Zegarra, en la que nos describe las dos escuelas económicas antagónicas de cómo enfrentar los booms y las recesiones.
KEYNES VERSUS HAYEK
LUIS FELIPE ZEGARRA-DIARIO 16
Existen dos escuelas de pensamiento antagónicas con respecto al rol de las políticas macroeconómicas y, en particular, el efecto de las políticas públicas en la economía y su capacidad para enfrentar booms y recesiones. Estas escuelas son la Escuela Keynesiana y la Escuela Austríaca de Economía.
Por un lado, la Escuela Keynesiana sostiene que el Estado tiene un rol importante para reducir el desempleo. Las políticas fiscales y monetarias expansivas “ayudan” a que la economía aumente sus niveles de producción y empleo. En momentos de recesión, de acuerdo con esta escuela, el Estado debe intervenir activamente aplicando “políticas económicas contracíclicas”, es decir, aumentando el gasto y la cantidad de dinero. Las recesiones serían entonces un problema de poco gasto, por lo que el Estado podría “hacer algo” para remediar el problema.
Por el contrario, de acuerdo con la Escuela Austríaca de Economía, el Estado es el principal responsable de las burbujas financieras y económicas. El Estado exacerba los períodos de booms como consecuencia de la excesiva creación de dinero. Esta excesiva creación de dinero “infla” a la economía, distorsionando los precios relativos y la tasa de interés, y distorsionando además los incentivos a invertir. Las recesiones, en este caso, representan simplemente el ajuste de una economía al equilibrio, ajuste que involucra la eliminación de mala inversión. En recesiones, el Estado no debe intervenir, pues de otra manera los mercados tardarán más tiempo en ajustarse. Es decir, la “mala” inversión demorará más en diluirse, con lo que una recesión se convertirá en una depresión.
La Gran Depresión y la recesión de los años 30s significaron sin duda un momento de enfrentamiento de estas dos posiciones antagónicas. Por un lado, John Maynard Keynes sostenía que el Estado debía aumentar sus niveles de gasto y así reducir el desempleo. Por el otro, Friedrich Hayek —uno de los más importantes representantes de la Escuela Austríaca— sostenía que el Estado no debería intervenir en la economía y debería dejar que los mercados se ajusten y se elimine la mala inversión de los años 20s.
Políticamente, la posición keynesiana tenía un mayor atractivo. Después de todo, frente a una crisis económica muy profunda, la mayor parte de políticos probablemente optarán por las recetas planteadas por quienes sostienen que “el Estado debe intervenir” y no por las recetas de quienes sostienen que “es mejor que el Estado no intervenga para que los mercados se ajusten”. Las políticas aplicadas en los Estados Unidos entonces consistieron en la receta keynesiana: más gasto público y más dinero. La receta keynesiana no fue, sin embargo, la solución al problema: la depresión duró hasta finales de los años 30s, pese a las políticas de más gasto.
Ello no debería sorprendernos. La depresión fue profunda porque justamente el Estado intervino en los mercados con más dinero y más gasto, inflando la economía, y no permitiendo que los mercados de ajusten. Los gobernantes tomaron una mala decisión en los años 30s y profundizaron la crisis.
Desafortunadamente, la evidencia histórica no ha servido para que los gobiernos aprendan de sus errores pasados. Cada vez que hay una crisis, aparecen quienes sostienen que la solución es más gasto o más dinero. En los años 30s —como ahora— los gobiernos sintieron la necesidad de intervenir en la economía, sin reconocer que era más bien la intervención del Estado en los mercados la que generaba los desajustes, y que una mayor intervención no significaba una solución, sino más bien una profundización de la recesión.
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